Mi guerra final

Estoy a punto de iniciar una rebelión nunca vista.

Por ahora, muy mía y sin nadie más en la tropa que yo, pero con la esperanza de llamar a filas a tantos fans como deseen unirse a mi causa.

Se trata de una insurgencia, la más grande jamás librada, por la dignidad del ser.

De una cruzada contra las nuevas tecnologías que pretenden invadir, e incluso suplantar, mi yo original por uno virtual.

Y no me da la gana.

La realeza tecnológica nos quiere hacer parte de toda su urdimbre de inteligencias y realidades artificiales para apoderarse también de nuestra herencia genética y neuronal.

Y seguir manteniendo, desde sus supremos sitios VIP, el dominio y control de la masa sumisa y delirante.

Nada nuevo, en realidad, en este potrero humano pues desde la noche de los tiempos el hombre ha sido el lobo del hombre.

Por eso las más cruentas luchas de la humanidad contra la hegemonía y la explotación.

Y por eso ahora este nuevo movimiento mío de liberación contra los dispositivos digitales que, más allá de sus virtudes científicas, en manos del hombre serán siempre una bomba de tiempo.

Por más leyes, regulaciones y códigos de ética que se inventen.

De ahí que me rebele hoy contra cualquier androide que se atreva a vaciar o encriptar mi conciencia en un chip.

Un peligro que se globalizará en 2045, justo para mis cien años de edad, cuando hasta los microchips pensarán como todos los seres humanos.

Y que ese año soplarán por mí las cien candelas del queque nanotecnológico con sabor a circuito integrado que me cantarán y aplaudirán.

No señores. A mí nadie, y mucho menos esas realidades virtuales, me soplan nada.

Ni me tocan mis sentidos, pensamientos, sentimientos, ocurrencias y chocheras.

Mi realidad es mía y sanseacabó; con sus altibajos, nebulosas, taras, maravillas y carajadas.

No aceptaré, en ninguna circunstancia, convivir con una inteligencia alternativa que, a como veo las cosas, puede incluso superar a la mía.

Mucho menos toleraré que ese polizón a bordo de mi entraña asuma por mí las funciones, deberes y quehaceres que como mortal me corresponden.

Me niego a que cualquiera de esos motores de cambio altere mi creatividad, manías, debilidades y decisiones por imperfectas que estas sean.

Quiero incluso seguirles siendo fiel a los errores que a lo largo de la vida me han acompañado, enseñado a superarme y hecho crecer.

Me quiero, así como soy; irreverente, alma libre, informal y, al rato, hasta bohemio, pero yo, y no un espantajo tecno del metaverso o de la realidad mixta.

Mucho menos acepto las intromisiones de nadie, así vengan de los Gate, Zuckerberg, Musk, Bezos o cualesquiera de esos apóstoles de la IA.

Me rehúso a que algún mae robot me haga el jardín o los huevos fritos, me tienda la cama, escriba esta columna, lave los calzoncillos o pique la cebolla del almuerzo.

Viejo y todo, pero me la juego yo, y con estas manos aún embarradas de lodos primigenios.

Mi rebelión consistirá en regresar a la naturaleza virgen, o a lo que de ella nos hayan dejado, para fundirme otra vez en sus caldos.

Bienvenidos, desde ya, todos los voluntarios que deseen formar parte de este regimiento mío de revoltosos

La condición es, eso sí, renunciar a la civilización y a todo aquello que nos haga daño, deprima y convierta en monstruos de nosotros mismos.

Dejar en la ciudad el falso brillo de lo que nos obsesiona, estresa y vuelve violentos, para irnos con la mochila a la espalda a reconciliarnos con la madre Tierra.

Y los que tengan guitarra, que la lleven.

Quiero irme a la orilla del mar, de un estanque o rio a cantar sobre una piedra lo que me salga del corazón y no del «chatbot».

Quiero recorrer la selva de Punta Mona, en Manzanillo, alucinado ante su poesía sobrenatural y no estar en Chepe con una pantalla montada en la cabeza.

Quiero trotar en playa Rajada, La Cruz, Guanacaste, con una red neuronal y ancho de banda vibrantes de atardeceres violáceos, pozas transparentes y brisa musical.

Sentir en las noches de Punta Burica que estiro el brazo hacia el firmamento y agarro el puñado de estrellas que desee sin necesidad del ChatGPT.

Reencontrarme con la razón, el sentido común y la realidad humana y mundana.

Vivir bien, con poco.

Sin ediciones genéticas que me hagan inmortal.

Más bien, morir allí bien muerto, sin bots fantasmales ni avatares virtuales que me reproduzcan y perpetúen a toda pantalla.

Quiero un epitafio diciendo «Aquí yace ese mop» y no «Aquí yace ese Gen-IXE 3D».

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