Bajo el hechizo de las esferas de piedra
Más allá de la belleza geométrica de las esferas de piedra, que la sentimos, vemos y palpamos, nos seduce otra, igual de magnética, pero que solo alucinamos: la enigmática.
Aquí estoy en su parque temático al aire libre, en Finca 6, Palmar Sur, en trance ante estos monolitos, únicos en el mundo, que comprimen ambas bellezas en una sola.
Tirado en la tierra frente a uno de ellos, percibo los ecos de su pasado insondable de magias y energías con lo divino y lo sagrado.
Suficientes para sucumbir al éxtasis y bucear bajo su aura milenaria.
Y así, me veo de repente en el año 1300 d. C. entre aborígenes recorriendo la llanura y espesura del delta del Diquís.
Con sus cuatro asentamientos arqueológicos, hoy Patrimonio de la Humanidad: Batambal, Grijalba 2, el Silencio y Finca 6.
Mientras los indígenas van y vienen en su diario trajín de crear, producir y sobrevivir, yo, romántico incorregible, me solazo oteando la majestad del paisaje.
Desde aquí, sobre este suelo privilegiado, la riqueza de los bosques, la fecundidad de los suelos, el oxígeno puro de los humedales, las plantas, los animales…Todo.
Subo a su ceja de montaña y, de pronto, desde un rellano de la Serranía de Osa, descubro abajo, sobre la mesa de trillos, ríos y gente, cientos de esferas de piedra formando su propio cosmos aldeano.
Como si estas tribus, subyugadas ante la imponencia del firmamento, hubieran querido replicarlo en pequeño para contagiarse de sus mismas incógnitas y supersticiones.
Un lujo exclusivo con esferas de todo tamaño sincronizadas y en armonía con su majestad el Sol.
Sugiriendo, entre luces y sombras, fuerza e imaginación y poder e inspiración al ritmo de su propio calendario astronómico.
La mayoría de ellas concentradas en la vasta planicie bañada por el Sierpe y el Térraba donde sus poblaciones se mueven, afanosas, con el ego de una cultura superior.
Con estatus social, diestra y prolífica en el arte natural, navegante de estos mares de arrecifes coralinos, y fanática a tiempo completo de la astronomía profunda.
Una cultura jerárquica que ofrenda las esferas de piedra de mayor prominencia a sus caciques.
Como el símbolo del poder y la autoridad que desciende sobre ellos.
Esferas escoltadas por estatuas de piedra con figuras humanas y de animales que entrelazan lo natural con lo sobrenatural, lo místico con lo terrenal.
Como la de El Silencio, en Palmar Norte, la más grande, de 2.66 metros de diámetro y un peso de 24 toneladas.
Construida, como casi todas, de granodiorita, en las faldas de la cordillera donde se hallan los yacimientos de esta piedra de origen ígneo.
Esferas de apretada densidad, talladas mediante la técnica de picado y pulido para luego ser trasladadas, kilómetros abajo, a la reverberante llanura.
Valiéndose de troncos como palancas y plataformas para luego arrastrarlas por la planicie en medio de un esfuerzo colectivo sobrehumano.
Tan ingente, que no han faltado quienes hoy se lo atribuyan a la magnánima presencia de extraterrestres.
Pero, en todo caso, motivo de gran pompa y celebración a las puertas del cacique de turno entre danzas, juegos y comidas opíparas.
Al igual que a la hora del sol cenital, en abril y setiembre, ante la fila de esferas alineadas al son de tambores, pitos y conchas de caracol.
Honrando y clamando a sus deidades por abundancia agrícola, indulgencia espiritual y bienaventuranza.
Rito ancestral desde los años 300 d. C. cuando parieron la primera esfera y hasta poco antes de la llegada de los españoles que todo lo cambió.
En mi recorrido por la región, escoltado por bellas nativas de collares de hueso y oros laminados, más esferas lucieron su corpulencia en el valle de Pejibaye, Coto Brus, Buenos Aires y la zona costera de Uvita.
Señal de identidad, poder comunitario y arraigo artístico.
Incluso en la isla del Caño, a unos 16 kilómetros noroeste de la costa de Osa, donde destacan también las esferas de piedra entre las aldeas ocupadas por los Quepos y los Bruncas.
¿Cómo las trasladaron hasta allí?
¿Habrán descubierto la veta de granito en la propia isla?
Podría ser, tratándose de una misma formación rocosa que hace unos seis millones de años empezó a separar el océano Pacífico del Atlántico para tenderles su cuna a las nacientes Costa Rica y Panamá.
Para asombro del mundo, las esferas de piedra aparecieron en 1939 cuando, por accidente, maquinaria pesada de la Standard Fruit Company preparaba la tierra para iniciar en la zona el cultivo de banano.
Muchas fueron destruidas por la acción de dragas y excavadoras y también de gente que creía encontrar oro dentro de ellas, amén de las que fueron saqueadas y robadas.
No obstante, Finca 6, Batambal, Grijalba 2 y el Silencio ostentan hoy el reconocimiento mundial de la Unesco por «el valor universal excepcional» de sus joyas arquitectónicas.
Si bien hasta ahora se han hallado 350 esferas, es casi seguro que haya aún muchas otras enterradas en sus lugares de origen, sobretodo aquí en Finca 6 de Osa.
Para mi sorpresa, al salir del parque y entrar en el museo, me topé con una mujer boruca que encarnaba todo ese universo que yo acababa de recorrer poseído por su realismo fantástico.
Y como si hubiéramos coincidido no en 2024 sino en 300 d. C., me invitó, con la presencia de los indígenas de la zona, a contemplar la próxima alineación del sol cenital con las esferas de Finca 6.
Allí estaré, por supuesto, entre diablitos y talismanes, jícaras y primitivas, tamal de arroz y máscaras brindando feliz con chicha de motete para salir hasta el copete.
¡A su salud!