Lo que va quedando de mí

A mi edad es obligatorio verse en el espejo cada rato.

Se viaja a tal velocidad a los ochenta que cada día uno cambia a otro sin dejar de ser el mismo.

De ahí que siempre que paso frente al espejo sienta la irreprimible curiosidad de echarme un ojito de refilón.

De refilón para no impactar la autoestima en caso de alteraciones demasiado bruscas en mi nuevo soy.

En otras palabras, cada día me despido de mí mismo para que llegue el siguiente con la nueva arruga, el párpado que no cierra o la repentina cojera.

Por ratos, sin embargo, te animás y modelás de perfil ante el espejo a ver si queda algo de tu chasis que sea digno de rescatar.

Pero de inmediato la realidad te apalea al confirmarte que seguís perdiendo línea, curva, contorno y agache.

Entonces, no dándote por vencido, girás un poco para posar de chanfle a ver si al menos sobrevive algún «cuadrito» del «six pack» que luciste en tu abdomen, pero… cero.

Del supermán de tus años mozos, ni la mueca.

Ni hablar de la incontinencia que, por reciente, no sabés gestionar, pues cuando socás o apretás para mandar el chorro hacia atrás, este más bien se te viene pa fuera con más ganas.

Instante en que, como un acto reflejo, cruzás y atenazás las piernas no tanto para cerrar la «llave», que no cierra, como para estrangular el caño u orificio de manera que la congoja no pase a más.

Y te quedás así tu buen rato, entre inmóvil y espantado, sin ponerle cuidado a la visita, amistad o quien esté a tu lado, viendo a ver cómo te escapás a un baño, cafetal o tapia sin ese andar entrepiernado a que te obligan las circunstancias.

Porque sobre tu cadáver que te encajás en un pañal. ¡Mirala! Antes, meado.

Es este, en realidad, un trance tan confuso y desconcertante que a veces te sentís más viejo fuera del espejo que dentro de este.

Sin saber a qué atenerte en cuanto a tu verdadera apariencia y estado de salud.

Peor aún cuando te topás gente en la calle que te halaga diciéndote, quizá por cortesía o indulgencia, que tenés «cuerda para rato» y que «todavía te la jugás, mae».

Ante esto, y por las dudas, saqué cita con el geriatra para que, con toda franqueza, me dijera la última palabra sobre mi verdadero estatus existencial.

El geriatra, en su diagnóstico, me ha confirmado que aún no me he muerto.

Mejor dicho, que aún no me he muerto del todo.

Que estoy «mita y mita», algo perfectamente normal a mi edad cuando, según me explicó, uno se va muriendo por partes.

Más bien me felicitó por mantenerme dentro del natural proceso biológico que me corresponde, pues todavía tengo viva una mitad de mi cuerpo.

Sin duda, un gran profesional que sabe tratarlo a uno porque lo que en realidad me quiso decir fue que ya estoy medio muerto.

Me lo dijo tan en bonito que hasta me sentí optimista, ilusionado y lleno de planes para el futuro.

Tras examinarme me dijo que mi mitad viva es la vertical derecha, o sea, de la cabeza a los pies, que, por simetría, es gemela de la vertical izquierda, la difunta.

Dice que todo va a estar bien en tanto una asuma las funciones de la otra a través de sus órganos pares.

Me recomienda seguir mi vida como si nada para que la gente no note ni se entere de mi parte muerta.

Es tan buen «pata» mi «geri» que me dijo que, por estar fenecida mi mitad izquierda, me iba a cobrar la consulta solo por la mitad viva.

Médicos así ya se acabaron.

Me preguntó si quería un acta de defunción por mi mitad vertical muerta para que en todas mis cosas me cobraran también solo por la mitad viva.

En el bus, restaurante, avión, motel, piscinas, gimnasio, cine, bailongos…

Le dije que muchas gracias, pero que mejor no porque a veces lo barato sale caro.

Empezando porque, de enterarse de mi mitad muerta, la CCSS me va a pagar solo la mitad de mi pensión.

En su parte médico de mi mitad izquierda muerta me dijo que ya nada se salvaba ahí, pues incluía desde el hemisferio cerebral hasta el pie, pasando por el oído, el ojo, el orificio de la nariz, la tetilla, la nalga y la pierna.

Como del todo no encontró el testículo izquierdo, me dio el beneficio de la duda hasta nuevo aviso debido a lo veleidoso que tiende a ser.

Sospecha que es bipolar.

Le confesé al doctor que yo en realidad no estaba emocionalmente preparado para administrar ni soportar una situación así.

No obstante, me consoló al decirme que pese a tener mi lado izquierdo fallecido, yo era un carajo muy «derecho» al tener mi corazón a todo motor.

Sin entrar en detalles, lo atribuye al hecho de haber amado tanto en esta vida.

Y a propósito de ser derecho, me recomendó, eso sí, estar chequeando el hemisferio cerebral correspondiente, por aquello de algún súbito cortocircuito senil.

Al consultarle cuál era la mejor forma de saber si me estaba volviendo gagá, me respondió que preguntándoselo a mis lectores.

De modo que dejo aquí en sus manos ese otro diagnóstico para ver si sigo aquí o salgo ya de circulación de una vez por todas.

Os declaro a vosotros, entonces, mi mejor espejo.

Anterior
Anterior

El destino inesperado de una idea loquísima

Siguiente
Siguiente

Mi mundo wasap