Las farmafias
No existe un lugar en el mundo donde el precio de los medicamentos sea tan escandalosamente astronómico como en Costa Rica.
Empecemos con un ejemplo.
Las 30 pastillas mensuales de Crestor 40mg para controlar los altos niveles de colesterol cuestan aquí ¢45 588.24 en el lugar supuestamente más barato.
Ahora, agárrense de donde puedan.
En Austria, 98 de esas pastillas de «rusovastatin» valen 31.84 euros que, al tipo de cambio actual, equivalen aquí a ¢16.703.
Es decir que, por este último monto, tendríamos medicamento para más de tres meses con un ahorro de ¢120 061.72
Vayamos más allá: las 365 pastillas de todo el año, más las 27 que nos sobrarían comprándolas en Austria, nos saldrían en ¢66 812 contra los ¢547 058.88 que nos costarían acá.
O sea que en este reino nuestro de los precios criminales estaríamos pagando ¢480 246 más.
¿Así o más escabroso?
Lo peor, bajo la vista gorda de un Estado que nunca en su existencia se ha preocupado por frenar esta masacre contra el bolsillo del consumidor.
Por eso, consciente de esta injusticia, el actual gobierno se propuso desde el principio acabar con esa anormalidad.
Otro ejemplo: las 28 pastillas de Exforge 5mg/320mg para controlar la presión alta cuestan aquí ¢45 512.70.
En Austria y Alemania, países de gran poder adquisitivo, 98 pastillas del mismo medicamento valen 86.28 euros, es decir, ¢35 417.65.
Así como usted lo ve, escucha y siente: 70 pastillas más y ¢10 000 menos.
Me pregunto qué tienen esos pueblos que no tenga el nuestro para gozar de tal privilegio.
¿Qué hicimos mal en nuestras vidas para merecer semejante castigo?
La raíz del problema está en las diferencias enormes, antojadizas y arbitrarias, en los precios de origen de los medicamentos.
Alterados, a partir de ahí, por los costos de operación, también excesivos, para cada país, pero, sobre todo, por los márgenes de utilidad de las diversas etapas de intermediación que en Costa Rica puede superar el 50% sobre el precio de la facturación.
Un negocio redondo con todo amarrado de principio a fin.
Tercer caso de este abuso dantesco: las 30 pastillas de Wellbutrin XL de 150mg para controlar la ansiedad cuestan aquí ¢52 000.
Pues bien, el mismo medicamento vale entre
¢7 000 y ¢10 000 en Colombia.
Con la ansiedad que todo esto me produce, tendré entonces que viajar a Cartagena o Barranquilla a relajarme un poco y traerme, de paso, las pastillas de todo el año.
Con la seguridad de que todavía me sobrará dinero a chorros hasta para prestarles a las mismas «mafiacéuticas».
Si bien en este tema, como en todos, el presidente Rodrigo Chaves ha sido franciscanamente paciente, respetuoso y apegado a la ley, yo, en su lugar, no hubiera aguantado.
Quizá hubiera pedido perdón en vez de permiso y ejecutado todo aquello que, en aras de una sociedad y un país más justo y solidario, sea del más absoluto e inobjetable interés ciudadano.
Pasando por encima de los cálculos y ambiciones políticas, económicas y sindicales espurias.
A plena luz del día, de manera transparente, ética, eficaz y rindiendo cuentas de cara al soberano y no de espaldas a este como suele hacerlo nuestra ínclita dinastía institucional.
La misma que hace, aplica e interpreta las leyes a la medida de sus zares y no de las necesidades del ciudadano raso.
Para ellos, leyes de fasto, codicia e impunidad. Para el pueblón, leyes con gatillo, cañón y ¡bang, bang!
Con el agravante de que a este descomunal sobreprecio en los medicamentos se ha unido, a través de los años, la peor tragedia histórica de la CCSS.
Echando por tierra el sagrado derecho ciudadano a una atención médica y servicio de salud óptimos, razón de ser y principio que inspiró el nacimiento de esa institución.
Dejando, además, bajo las garras de las grandes farmacéuticas y clínicas de lujo, a nuestra clase media y sectores populares más desvalidos.
Déjenme soñar: si la CCSS está autorizada, entre otras acciones, a importar medicamentos y a suplirlos a instituciones públicas y privadas que presten servicios de salud ¿qué estamos esperando si nos van a salir mucho más baratos?
Nunca como ahora la lucidez, madurez y valentía de un pueblo serán tan determinantes para cambiar su propio destino hacia una calidad de vida más segura, libre de parásitos y digna.