¡Los «eyaculadores»!

En el preciso instante en que un funcionario público te ponga trabas y peros, miralo bien a la cara y descubrirás algo insólito: «¡Eyacula!».

Entendiendo por «eyacular» el supremo placer que le produce hacerte la vida imposible como usuario, cliente, asegurado, contribuyente o ciudadano raso en general.

Estamos hablando del «bichus eyaculatus», especie perteneciente a la Era Sabrosozoica.

Por ejemplo, «eyacula» el oficinista que al recibirte en ventanilla te dice, radiante y jubiloso, que volvás otro día porque el «sistemita» se cayó.

«Eyacula» la «secre» que te niega una certificación porque el único que puede firmarla es el jefe y se incapacitó una semana.

«Eyacula» el guarda que a la hora de estacionarte en el parqueo de la institución pública te sale siempre con alguna perla:

«Que mueva el carrito hacia el fondo, que ahí no porque es pa las motos, que con la trompa p’acá, que con la trompa p’allá…»

Y claro, calcula decírtelo cuando ya te bajaste del carro para que tengás que montarte de nuevo cargando todo el tilichero (cartera, mapas, bolsas, portafolio, el carajillo, papeles, botella de agua y el hígado).

Ahí es cuando vive su minuto de fantasía viéndote en congojas acatar su orden gracias a la autoridad que le confiere la chambita que se ganó pegando banderas durante la campaña política.

Porque la especialidad del «bichus eyaculatus» es añadirles aún más trabas a las trabas que ya de por sí te torturan en la jungla pública.

Andrés, transportista de turismo que fue a renovar su permiso a las oficinas del INS en Belén, lo sabe muy bien. A sabiendas de la tusa con la que se rasca, la víspera llamó ahí para preguntar por los documentos que debía llevar y le dijeron que dos: registro de propiedad del vehículo y cédula de identidad.

Cuando llegó, al buen hombre se lo «eyacularon» divino. Con la cara iluminada, la dama que le atendió cayó en trance: «No puedo renovártelo, cariño; necesitás presentar Riteve y el permiso de turismo».

De nada sirvieron pataleos ni aleteos.

Al día siguiente, la víctima se fue al INS de San Rafael de Escazú y le hicieron el trámite sin ningún problema con solo el registro de propiedad y la cédula de identidad.

«Eyacula eyaculorum»: consigna oficial de esta fauna pública.

Diego también lo sabe. Le ocurrió con una enfermera del servicio nocturno del hospital de niños quien, sin importarle que como padre él se desvelaría la noche entera cuidando a su hijo recién operado, se lució al hacer todo lo posible para incomodarlo más en la ya de por sí despachadora silla donde «dormiría».

Entonces sobrevino en ella su rapto de delirio: «No puede quitarse aquí los zapatos, no puede poner los pies allí, no puede recostarse en la baranda, no puede darle vuelta a la silla».

Por supuesto, Migración no podía faltar. Cierta mañana había 100 metros de fila y dos empleados para atenderla. Mejor dicho, uno, porque cada vez que él atendía, ella tomaba café; y cada vez que él tomaba café, ella atendía y así sucesivamente, incluyendo el almuerzo, durante las tres horas de «cola».

Cuando Anita, quien andaba con su pequeña nieta, le preguntó a la muchacha por qué no tenían más personal atendiendo, la funcionaria vivió su estertor de gozo: «Óiga; nosotros tenemos derecho a beber café y almorzar».

Y bueno, en cuanto a los mandos medios todo está dicho: son los papuchos del «eyacule»: rechazan y sepultan montones de proyectos «premium» para el país impidiendo que crezca nuestra economía, riqueza y empleo.

Se sacian diciéndole al inversionista que vuelva en tres semanas a ver si su solicitud para el registro de un nuevo producto o industria se le aprueba.

Y convulsionan de dicha cuando al regresar este le dicen que vuelva en otras tres semanas porque faltan firmas, sellos y aprobaciones de otros departamentos.

El final de la película ya lo conocemos: el empresario agarra sus cosas y se va con la inversión a otro país.

A doña Cata le fue horrible. Llegó bien tempranito al EBAIS a agarrar campo en la fila y, como le dieran ganas de ir al servicio sanitario cuando aún no habían abierto, le pidió al guarda el favor de que se lo prestara, pero este, como era de esperar, tocó los cielos: «No hemos abierto. No puedo dejarla entrar. Tiene que esperar».

Un oficial a cargo de la prueba de manejo de Sandra no se guardó nada para disfrutar también de su calambrito oficial.

Tras viajar ella desde San José hasta Rio Claro de Golfito a cumplir con el requisito, durante el examen él la intimidó, le inventó faltas que no estaban en el reglamento, no la ingresó en el sistema del Banco de Costa Rica donde retiraría su licencia y, para rematar, se fue de vacaciones.

Desde luego, no todos los funcionarios públicos son así, pues los hay serviciales, amables y solidarios, pero los que sí, son más que suficientes para infligir irreparables daños a la sociedad y al país en general.

La buena noticia es que las trompetas del gobierno actual presagian ya, enhorabuena, el desarrollo de una cultura institucional y tecnológica de servicio público que acabe de una vez por todas con la «Era eyaculoide».

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