¡Aló! ¿Con algún ser humano, por favor?
Me pasé una hora llamando al médico a su consultorio y, durante las muchas veces que lo intenté, me respondió la misma música extraterrestre.
Por momentos la dejaba chirrear a la espera de alguna súbita voz milagrosa que me dijera:
«¡Buen día! Consultorio del doctor fulano de tal. ¿En qué podemos servirle?»
Pero nada: ninguna voz humana ni en vivo, ni grabada, ni espectral.
En lo personal me encantaría que, como paciente, me pusieran de música otra cosa: «Solamente una vez», «Ayer te vi pasar», «Bésame mucho» …
O, todavía mejor, «Ayúdame Dios mío», a ver si acaso aparece algún ser humano en línea virtual, digital o astral.
Feliz me la quedaría escuchando hasta el final, embelesado de aquellos tiempos cuando el amor sabía a guayaba madura, a susto repentino, a beso clandestino.
Incluso como higiene mental, distracción o placebo para mitigar los efectos del dolor, la enfermedad o molestia que motiva la llamada al doctor.
Pero no; lo que te dejan ahora es un machacante sonsonete de ánimas en pena desafinadas para espantarte.
A la enésima vez, y quizá por una de esas chiripas aleatorias tecnopáticas de hoy, por fin me contestaron y, tras echarles yo un rollo sobre mi padecimiento, descubrí que estaba ante un frío e insensible robot que me dio un número de wasap para que llamara.
Escribí al wasap y, al rato, me contestó otro aparato, a través de lo que ahora llaman un «hub robótico» que se encarga de todo sin encargarse de nada.
«Gracias por contactarnos. Su buena salud es nuestro compromiso. Por favor, escriba el número de una de las siguientes opciones para ser atendido:
»1-Soy cliente frecuente. 2-Primera vez. 3-Tengo seguro médico. 4-Paga en efectivo. 5-Paga con tarjeta. 6-Ninguna de las anteriores».
Aprieto el 1 y sigue la preguntadera:
«Escriba el número de una de las siguientes opciones: 1-Precios y cotizaciones. 2-Citas y procedimientos. 3-Tipo de seguro. 4-Atención médica…»
¡Puta, y uno muriéndose!
Tras pasearme el software por todo el espectro virtual, le doy al 4 y el robot me transfiere al agente fulano de tal quien, por la forma de expresarse, parece otra máquina.
–¿En qué le podemos servir?
–Me estoy muriendo –exageré a ver si acaso se apiadaban–. Necesito al especialista para que me vea una pelota que tengo en la cara y me va a estallar.
–¿La pelota?
–No, la cara, mae.
–No tenemos especialistas los sábados.
–Entonces ¿qué? ¿me muero?
Lo que, acto seguido me contestó, la acabó de sacar del sistema solar:
«Sabemos que estás ocupado. Agradecemos que se contacte con nosotros cuando lo necesita. ¡Estamos aquí para apoyarle»!
(El inculto me trataba a veces de «usted» y a veces de «vos»).
«Queremos escucharte para seguir mejorando. Por favor, dedicá unos minutos de tu tiempo a completar nuestra encuesta de satisfacción».
¡Qué concha! Nunca me atendió y ya quería que le hablara bellezas de sus cortesías y prodigios como clínica.
Ahí me lo tragué entero y le dije hasta de lo que se iba a morir aun sabiendo que de nada me servía porque todos mis insultos se disiparían en la nube.
Pero me desahogué.
En otros tiempos uno llamaba al médico y le salía la secretaria –Chepita, Hortensia, Mercedes…la que fuera– con quien lograba la cita para un día y una hora ideales.
Para no hablar de cuando el mismo médico, con su maletín a cuestas, lo visitaba a uno en la casa y terminaba tomándose un café con bizcotela entre risas y comadreos.
¡Aló! ¿Con algún ser humano, por favor?
Me pasa también a menudo llamando para reservar habitación en ciertos hoteles nacionales, incluso muy rurales, y me responde otro «robotech» en inglés desde Singapur.
Como uno no sabe qué hacer, le contesta como ser humano:
–¡Aló! ¿Con el hotel La Posada?
La voz espectral me responde en tono metálico:
–Le ofrecemos nuestro servicio Meta todo incluido.
Como la vaina me sonó medio futurista, antes de embarcarme me apresuré a aclararle:
–No, vea; lo que quiero es una habitación sencilla: cama, ducha y ventana.
Al final, el robot te avisa que te enviará un código de registro que, por supuesto, nunca recibís.
Así las cosas, cuando llegás al hotel descubrís que tampoco hay nadie en el mostrador porque el «check in» tenés que hacerlo ahora vos mismo en una máquina instalada en el lobby.
Y como te obliga a digitar el código de registro que nunca te llegó, te fregaste porque entonces tenés que llamar de nuevo a Singapur.
Arriesgando a que ahora te conteste el «call center» de Ittoqqortoormiit, Groenlandia, para darte el cabrón código de tu cuarto en Palmichal Abajo de Osa.
Por cierto, tu día de habitación es ahora con horario también tech, de 3pm, cuando entrás, a 11am, cuando te botan o desactivan la tarjeta electrónica.
¡Aló! ¿Con algún ser humano, por favor?
Entro al restaurante y ahora me tengo que entender con el QR para pedir lo que este quiere y no lo que a mí me provoca.
Para mí es bien fregado porque como soy vegetariano siempre necesito un salonero para negociar con él de modo que no me le pongan salchichón al gallo de repollo.
Con el agravante de que al copiar el QR en el celu te corrés el riesgo de estar copiando el de algún jaqueador.
Tanto que primero te podría llegar al celu la notificación del banco de que te vaciaron las cuentas, que a tu mesa la orden de repollo que pediste.
¡Aló! ¿Con algún ser humano, por favor?
Pagás los boletos de avión a un robot a través de la página de la aerolínea y, de repente, te das cuenta de que el mop te hizo el cargo a la tarjeta, pero no te aparecieron los pasajes en pantalla.
Ahí empieza apenas tu vía crucis por las redes de la amargura porque te quedaste sin nada: ni comprobante, ni recibo, ni coletilla, ni constancia de pago.
Llamás de nuevo y te aparece otro robot al que, tras contarle todo el cuento (si es que te deja), te manda a otro «wasaphone» que te sale con un sinnúmero de extensiones.
Marcás la 16 para reclamar el comprobante y te sale el siguiente mensaje:
«Para hablar con un agente de ventas, marque 5».
Marcás el 5 con cierto hálito de esperanza y te sale otra voz mecanizada diciéndote que para ser atendido estás en la posición 25, entiéndase, a una media hora de distancia.
Cuando, tras tragarte todas las músicas y ritmos también ultramundanos, te atiende, te dice que debés esperar 24 horas para recibir el pasaje.
Finalmente, llegás al aeropuerto y el personal que solía atenderte en el mostrador ha sido sustituido también por máquinas a donde llegás a hacer todo el trámite electrónico de maletas, pasaportes y chequeos.
De repente, estallan las alarmas del androide y te da ya el infarto porque ni idea de lo que ahora ocurre.
Buscás al ser humano que te pueda auxiliar y solo alcanzás a ver pantallas gigantes anunciando vuelos, letreros comerciales luminosos y más voces, pitos y timbres autómatas entremezclados.
Alguien te señala un intercomunicador de emergencia, descolgás el auricular y, antes de pedir ayuda, escuchás:
«Su llamada es muy importante para nosotros. Todos nuestros agentes están ocupados en este momento. Gracias por la espera».
¡Alo! ¿Con algún ser humano, por favor?
Ayer, por primera vez en mucho tiempo, me sorprendí cuando, al llamar a una empresa me respondió lo que, por fin, pareció ser una mujer de carne y hueso.
No por su «aló» sino porque tosió, carraspeó y se excusó.
Para asegurarme de que no se trataba de un robot tropicalizado, o aticado, aproveché para elogiarla como el último vestigio humanoide de la actual era «metatech».
Entre confundida y agradecida, me respondió que solo le estaba «haciendo el rato al robot» mientras reiniciaban o reseteaban «el sistemita».
No sé ustedes, pero cuanto más prodigiosa se vuelve la tecnología de las comunicaciones, más echo de menos la lengua humana.